Mar 2, 2016
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Algo más que un desayuno en la India

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Viajaba por la india en moto con un par de amigos.

Salimos muy temprano del hotel en el que habíamos hecho noche, con el fin de descontar millas camino de las cataratas de Jog, en las Montañas Azules, que con sus 253 m de altura, son las cascadas en picado o en el vacío más altas de la India. Salimos en seco, porque a esa hora no nos apetecía meter nada de munición de boca en el cuerpo. La ruta estaba muy transitada por todo tipo de camiones de mercancías, por lo que había bastantes establecimientos a pie de carretera.

Al cabo de un par de horas de marcha, avistamos un restaurante con un montón de vehículos aparcados en sus alrededores, por lo que decidimos parar, aplicando el conocido axioma de que donde hay camioneros se come bien y barato. También puede ser que haya putas, pero ese tipo de establecimientos de carretera son más de España que de la India.

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Frente al lugar de los hechos

Por señas, ya que en contra de lo que cree la mayoría de la gente, en la India hay muchísimos sitios en los que no hablan ni jota de inglés, conseguimos hacer entender al camarero que queríamos un desayuno típico de la zona, más o menos lo mismo que estaban tomando todos los camioneros presentes. Ahí donde fueres, haz lo que vieres. La dificultad para poder hacer un pedido en algún lenguaje conocido, ya se nos había presentado con anterioridad en algunos restaurantes del camino. Las cartas tampoco suelen estar traducidas, de tal manera que en ciertas ocasiones acabábamos comiendo tres dulces de primero, unas naranjadas de segundo y un guiso de “veteasaberquecoñoesesto” de postre.

El camarero miró nuestra pinta de guiris, esbozó una sonrisa ligeramente burlona que hizo saltar todas nuestras alarmas y, sin darnos tiempo a posibles rectificaciones o a pedir clemencia, se lanzó como un disparo hacía la cocina. Nos quedamos escamados… el tipo sabía que nos habíamos colado, nosotros lo sabíamos y, lo que es peor, el resto de la parroquia también lo sabía. Los muy ladinos aguardaban expectantes, como si el tiempo se hubiera congelado, con las tortas de pan a medio camino entre el plato y la boca y las cucharillas detenidas en mitad del proceso de mezclar el azúcar con el té, a la espera de que nos trajeran nuestros desayunos. La tensión se cortaba en el ambiente. Ese desayuno preveía que no iba a ser un camino de rosas.

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Aquí aún era un hombre feliz

Una semana antes del viaje, yo me había operado de una hernia de hiato por medio de lamparoscopia, una técnica que es muy poco intrusiva, por lo que ya estaba completamente recuperado. Vamos, que iba todo ufano por la India dispuesto a tragarme todo lo que me pusieran en la mesa, fuera cual fuera su naturaleza, porque el ardor de estómago había pasado a ser un vago y remoto recuerdo y me sentía con fuerzas para comer cosas que una cabra vomitaría.

Animé a mis alicaídos amigos y, cual tercio viejo; picas en la mano, mirada desafiante, dientes y culo apretados, y pies firmemente plantados en la tierra, aguardamos la embestida de las hordas de herejes hosteleros. No se hicieron de esperar…. la expectación de nuestro esforzado público era tan grande, que a buen seguro muchos habían renunciado a la prioridad de sus comandas y nos habían cedido la vez, solo para ver como reaccionábamos ante el desayuno que nos traían.

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A la puerta del restaurante de mis amores

Al llegar las bandejas la línea de defensa no era tan firme, algunos de los nuestros reculaban. Exhorté a los pusilánimes a que no dieran ni un paso atrás, a que se mantuvieran firmes.

¡Amigos! Desde lo alto de estas bandejas de alimentos cuarenta siglos de comida india picante nos contemplan.

Sobre la mesa nos dejaron tres bandejas de metal, de esas que se utilizan en las prisiones de alta seguridad norteamericanas para liarse a mamporros, y aprovechar el tumulto para iniciar un motín o para violar a media docena de presos de conciencia.

En el hueco principal había una especie de crepe arrollado, con una masa de apariencia bastante consistente y relleno de una hortaliza difícil de identificar. En otro de los huecos había unas verduras, mientras que el tercero contenía una salsa blanca que tenía toda la pinta de poder resucitar al primer bocado a la momia de Lenin…. y al segundo volver a matarla.

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He aquí el plato de la “muerte”

Ahí estaban las bandejas, ahí estábamos nosotros frente a ellas, ahí estaba el camarero frente a nosotros, mirándonos con esa sonrisa tan irritante, ahí estaban los parroquianos frente a la escena esperando, como un grupo de cortesanos otomanos pendientes de que el fakir se corte la lengua al tragarse la espada.

Finalmente me animé, cogí la tortilla con la mano, la miré fijamente, miré a mi regocijado público y me la eché al coleto con una sangre fría que acatarraría a gente menos bragada que yo. Comencé a masticar pausadamente mientras mis compañeros, al ver que no había caído fulminado de forma instantánea, atacaban también sus desayunos.

La pieza estaba bajando ya por la epiglotis y no había forma de pararla. Un volcán comenzó a erupcionar desde el interior de mis tripas hasta la punta de la lengua. Aquello no había quien lo soportara, no existía suficiente líquido en el mundo como para apagar esas brasas. La cara se me tornó de color bermellón, mientras las lágrimas escapaban de mis ojos como si acabaran de darme la noticia de que mis padres habían sido víctimas de un asesinato ritual ¡Joder, si eso era el desayuno, que coño almorzaban estos tipos! Mis compañeros de infortunio estaban también comprimiendo el ojete para aguantar mejor las punzadas de picor.

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Observad los carrillos hinchados manteniendo la comida en la boca, haciendo esfuerzos para no tragarla.

Engullí un gran trozo, prácticamente sin masticarlo, para intentar que el picante no me desollara el paladar y demostrar a esos impíos que un español de pelo en pecho y barba en culo no se amilana ante nada. El trozo se me quedó clavado en el esófago y no iba ni para adelante ni para atrás. Me comencé a agobiar, tragué saliva, hice esfuerzos para digerirlo y nada, no pasaba ni ayudado por una Caterpillar. Cogí un vaso de agua y me lo eché rápidamente al coleto para animarlo a seguir su camino, y además, aprovechar para calmar ese torrente de lava ardiente que anegaba mi aparato digestivo. De pronto, en lugar de pasar y llevarse consigo los lapillis mezclados con magma incandescente, el agua comenzó a subir por la tráquea hasta que me llegó a la boca y la anegó de líquido mezclado con restos de comida. Lo se, suena asqueroso, pero esa era la cruda realidad. No podía respirar, no podía ni tragar ni echar el líquido, comencé a congestionarme y a asfixiarme. Rápidamente hice señas a mis amigos que me miraban divertidos pensando que era paripé. Rafael, el más grande y decidido, comprendió enseguida lo que pasaba y actuó con presteza. Yo ya no podía más, me estaba desvaneciendo. Me cogió por los pies, y me dio la vuelta, como a un pelele, poniéndome boca abajo. La mayor parte del agua salió por acción de la gravedad y yo pude al fin tomar una bocanada de aire. Fue uno de los momentos más angustiosos de mi vida.

Los parroquianos, fascinados, nos miraban sin saber muy bien que hacer, hasta que uno de ellos comenzó a aplaudir, siendo rápidamente coreado por el resto. Vaya actuación les dimos. Si hubiera estado en mejores condiciones, no habría dudado en pasar la gorra para financiarnos lo que quedaba de viaje.

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Todo contento el tío tras el espectáculo…

Durante el resto de nuestra estancia en la India, tuve mucho cuidado de no tragarme grandes porciones de comida y masticar todo concienzudamente. Cuando volví a España acudí a la consulta del médico que me había operado. Me explicó que la operación, que consiste en reducir el tamaño de entrada del esófago para evitar la subida de los jugos gástricos, no había salido demasiado bien y que se había pasado un poco en la reducción, lo que además de evitar la salida de jugos, impedía en ocasiones la entrada de la comida que no había sido convenientemente pulverizada. Además, al quedar el orificio taponado por la comida, el hecho de tomar líquido lo empeoraba, ya que se encharcaba e inundaba el esófago pudiendo llegar a asfixiarme. Al médico también le habían hecho mal una operación de reducción, pero seguramente del cerebro. Vamos, que el Gobi Paratha, que así se llamaba nuestro incandescente desayuno, estuvo a punto de ser mi última comida.

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Comments to Algo más que un desayuno en la India

  • …si estás bién, se aceptan risas, no? ajjajajajjaa..hostias!! Es laprimera vez que te leo y la verdad, que me he reido un montón!!!
    Los desayunos, al igual que las comidas, cenas de la india…no spice a tope!! jajaja..y aún diciendoselo, si es que te entienden…pica y mucho!!!
    Seguiré con las lecturas…Encantado y saludos Vsss

    luis 9 marzo, 2018 1:09 Responder
    • Claro que se aceptan Luis, es más, se exigen… jajajaja
      Gracias en primer lugar por leerme y además por comentar. Veo que has estado en la india y has sufrido en tus carnes las comidas…. que por otra parte están buenísimas. Pero con cuidado.
      Un saludo

      Florian Geyer 13 marzo, 2018 18:44 Responder
  • Queeeee risa. Me encanta el modo en que cuentas la historia. Un día te contaré mi historia de cuando pedí azucar y cucharilla para tomarme un café en turquía. Todavía recuerdo mis dientes negros llenos de posos de café…

    Alejandro 14 marzo, 2018 12:22 Responder
    • Jajajaj… gracias Alejandro… Ya sabes, me la mandas por email y la publicamos aquí. Seguro que parecías un pirata desdentado 😉

      Florian Geyer 15 marzo, 2018 0:20 Responder

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